"Cuenta una leyenda que hace mucho, mucho tiempo, un grupo de héroes entregaron sus vidas para salvar al mundo de Alienda de las garras de la oscuridad. Claro que esto solamente es una leyenda… ¿o tal vez no?"

Año LII  después de la segunda gran guerra

 

La noche, fría y oscura, se abatía sobre el Bosque de Lostris. La nieve había cubierto con un manto blanco el habitual paisaje verde de aquellas tierras fértiles y llenas de vida, señal inequívoca de que el durísimo invierno se abatía sobre el continente de Silverlands. El viento, por momentos con violencia inusitada, zarandeaba de un lado a otro los copos que no habían cesado de caer durante los dos últimos días, y que amenazaban con seguir cayendo de manera interminable, provocando que

el espesor de la capa de nieve que cubría los caminos no cesara de crecer, haciéndolos prácticamente intransitables. Era el invierno más crudo que se recordaba en Silverlands desde tiempos inmemoriales, y todo hacía prever que continuaría siendo así durante los próximos meses, tal vez se tratara de algún presagio, tal como profetizara el druida Gamal, antes de desaparecer para siempre; “el mundo acabará sumido en una tormenta de hielo y fuego”.

            En mitad de aquel paisaje desolador, en la pequeña aldea de Lysandol, la posada Esmeralda, cuyo nombre se debía a la fundadora de la misma, antepasada de los actuales propietarios, acogía a los pocos osados que se habían atrevido a salir de casa, así como algún osado viajero que había buscado alojamiento y refugio en la posada para pasar la noche a salvo de las inclemencias meteorológicas.

            Un elfo blanco daba buena cuenta de un plato de estofado de Krew, la especialidad de la taberna, aunque sólo podía degustarse cuando en los muelles de Ragondell atracaba algún barco procedente de Greindalem, la lejana tierra de los enanos, el único lugar donde podía encontrarse el krew, un animal que parecía haber nacido de una mezcla entre el rinoceronte y el hipopótamo, de ahí la escasez de aquella carne tan preciada. Cuando ello ocurría, Gereth, el propietario de la posada, procuraba abastecerse con una buena partida de dicha carne, que guardaba en grandes arcones protegida por nieve, que asegurara la disponibilidad de su famoso estofado durante una buena temporada.

            A su espalda y apoyado contra la pared, descansaba un magnífico arco y un carcaj repleto de flechas. En el repujado que adornaba el arco podía apreciarse la inconfundible artesanía élfica. Sin duda, aquella extraordinaria pieza debía estar fabricada con madera de Toba, aquellos árboles que sólo podían hallarse en los frondosos bosques que rodean Yshia, la capital de los elfos blancos, y que conferían a los arcos élficos una gran flexibilidad, y al mismo tiempo una gran robustez, convirtiéndolos en piezas de una precisión asombrosa, auténticas joyas en manos de arqueros expertos, como se jactaban, no sin razón, de ser los elfos.

            En otra mesa, en el extremo opuesto a la que se encontraba el elfo, una Ildria bebía en solitario una jarra de hidromiel, acompañada únicamente por un imponente sable de la noche, cuyo sólo aspecto bastaba para provocar el pánico a cualquiera que se le acercara, y que sin embargo descansaba dócilmente tumbado a los pies de su compañera, ronroneando como si de un gato se tratara.

            Curiosa raza los Ildrios, de piel oscura, las leyendas ancestrales narraban que habían nacido de una extraña mezcla entre elfos y la extinguida raza de los Drakos, cientos de años antes de la primera gran guerra, cuando ambas razas aún convivían en paz sobre la faz de Alienda. Su cabeza era de rasgos humanos, sin embargo sus orejas puntiagudas y sus ojos de mirada felina y pupilas cristalinas, delataban ese antepasado elfo que se les atribuía.

            A pesar de su incierta procedencia, se habían convertido en unos formidables aliados para las fuerzas de La Luz y para el Rey Valius Kronn primero, y su hijo Lorien más tarde, durante las dos grandes guerras libradas contra los ejércitos de La Oscuridad. Desde aquellos lejanos tiempos, los Ildrios eran apreciados y queridos por todas las demás razas.

            Dos humanos apoyados en la barra mantenían una animada charla con Gereth, mientras daban buena cuenta de sendas jarras de cerveza roja.

            En el suelo, el pequeño Topi, hijo del posadero, jugaba con un dragón tallado en madera. Hacía muchos años que los dragones no sobrevolaban los cielos de Lostris, desde que tras la segunda gran guerra, decidieran retirarse a su reino, en las lejanas islas de Drekos, en el norte de Alienda. Desde entonces, sólo las estatuas y los juguetes como el que tenía Topi recordaban a los magníficos reptiles voladores.

            Sólo los más viejos del lugar, recordaban con añoranza como a lomos de los imponentes dragones da la luz, las fuerzas del bien se habían enfrentado con valentía a los ejércitos de dragones oscuros, como habían contribuido a que por segunda vez, las fuerzas de la oscuridad fueran vencidas, y se replegaran hasta los lejanos confines de los reinos oscuros, instaurando una paz que ya duraba más de cincuenta años. “Si alguna vez la oscuridad vence a la luz, el mundo, tal como lo conocemos, dejará de existir para siempre. Seremos esclavos condenados a vivir en un infierno perpetuo” había amenazado el gran druida Gamal.

La puerta de la taberna se abrió de repente, provocando que una ráfaga de aire helado penetrara hasta el interior, alterando el confortable ambiente que el fuego de la chimenea confería a la estancia. Una figura envuelta por completo en una capa y con la cabeza cubierta por una capucha se recortó en el umbral, donde permaneció unos instantes, antes de entrar y volver a cerrar la puerta tras de sí. Los presentes permanecieron con la mirada fija en el 

desconocido, pues resultaba sumamente extraño que alguien se presentara a horas tan tardías y en mitad de una tormenta como la que aquella noche azotaba al bosque de Lostris.

            - ¿Es que la hospitalidad ha desaparecido de estas tierras?- preguntó el recién llegado con voz profunda.

            Rápidamente Gereth abandonó su lugar tras la barra de la taberna para dirigirse hacia el viajero y ofrecerle asiento en una de las numerosas mesas que permanecían vacías.

            - Disculpe, nos ha sorprendido que alguien se atreviera a transitar por el bosque en mitad de la tormenta, no estamos acostumbrados a la llegada de forasteros a estas horas y en esta época.

            - Peores tormentas he tenido que atravesar a lo largo de mi vida- contestó el desconocido- ¿queda algo caliente que llevarse la boca y un lecho donde descansar?

            - Por supuesto, ahora mismo le traigo un buen plato de nuestro famoso estofado de Krew, acompañado de una buena jarra de vino, ¿o tal vez prefiera cerveza roja?

            - El vino estará bien, una vez que se ha probado la cerveza enana, ninguna otra cerveza puede ocupar su lugar.

            Mientras Gereth se retiraba hasta la cocina en busca de los manjares, el desconocido se despojaba de su capa, dejando ver un rostro surcado de arrugas, de edad impenetrable, marcado por el paso del tiempo, pero también por lo que todo parecía indicar debían ser los vestigios de grandes sufrimientos padecidos, como atestiguaba una cicatriz que atravesaba parte de su frente, hacia atrás, donde nacía una aún profusa melena, teñida completamente de blanco.

            El viajero se dejó caer con pesadez sobre su asiento, y el cansancio acumulado por el viaje y las inclemencias meteorológicas pareció reflejarse de golpe en su semblante. El resto de parroquianos, incluidos el elfo y la ildria parecían incapaces de apartar su mirada del recién llegado, sin embargo este no parecía percatarse de tal hecho, o si lo hacía, no parecía importarle, como si considerara lógica la curiosidad que su irrupción en la posada había causado entre los allí presentes.

            Instantes más tarde, el tabernero regresaba, con el plato de estofado de Krew y la jarra de vino, que depositaba en la mesa, delante de su nuevo inquilino. Este a su vez fijó su mirada en el plato humeante, que desprendía un inconfundible aroma.

            - Estofado de Krew- murmuró entre dientes, mientras su mirada parecía nublarse- por todos los dioses, cuanto tiempo hacía que no lo probaba.

            Este comentario pareció sorprender sobremanera a Gereth, que él supiera “su” famoso estofado, pues él lo consideraba como algo de su propiedad, no se preparaba fuera de aquellas paredes.

            - ¿Acaso ha estado usted antes por estos parajes?- se atrevió a preguntar.

            El recién llegado dejó de comer y alzando la vista del plato, que apenas había comenzado a saborear, esbozó una cansada sonrisa.

            - Conozco bien estas tierras- fue su respuesta- y por cierto, ¿podríais indicarme si la Casa Valdinort sigue existiendo? ¿Sigue habitando alguien en ella?

            - ¿La Casa Valdinort? –preguntó desde la barra con estupor uno de los humanos que minutos antes habían estado charlando animadamente con Gereth- ¡por todos los dioses! Hacía años que no escuchaba a nadie interesarse por ella. Sí que sigue existiendo viejo, aunque según dicen quienes la conocieron en otros tiempos, no es ni sombra de lo que una vez fue. Claro que no es de extrañar, teniendo en cuenta que sólo vive en ella esa vieja loca. Apenas sale ni se relaciona con nadie, vive allí encerrada, sin que parezca importarle el resto del mundo, así podrían regresar los dragones oscuros y arrasar Silverlands que a ella le traería sin cuidado.

            - ¿Lady Izamar Valdinort?- preguntó el visitante.

- Así es –contestó ahora Gereth- ese es su nombre, o al menos es lo que todo el mundo cree. Regresó tras la segunda gran guerra para ocupar la propiedad que había pertenecido a la familia de su esposo, Lord Valdinort. Aunque muchos de los vecinos de los alrededores opinan que realmente los últimos herederos de la Casa fueron los viejos señores, Lord Gredar Valdinort y su esposa, ya que en realidad nunca tuvieron hijos propios, aquellos dos chiquillos fueron… bueno no creo que todos estos chismorreos le interesen a su señoría, que sin duda debe encontrarse fatigado del viaje, será mejor que mientras termina de cenar suba a prepararle su habitación.

            La mirada del viajero, hasta entonces apagada y con un halo de tristeza, cobró de repente una fuerza inusitada, casi salvaje, que por un instante amedrentó a sus interlocutores, provocando que el propio Gereth desistiera de su intención de subir a las habitaciones.

            - Todo eso son habladurías, esa propiedad le pertenecía como viuda de Lord Valdinort.

           

Gereth y los dos humanos de la barra se miraron ligeramente desconcertados, ¿quién era aquel personaje, que defendía con tal brío la legitimidad de la propiedad de Lady Valdinort, como si acaso la conociera?

            - Si es que realmente es su viuda –aseveró el humano que había hablado anteriormente- ha pasado tanto tiempo desde aquellos hechos que realmente nadie conoce la verdad. Lo único cierto es que ella habita la casa, con razón o sin ella, aunque desde entonces poco a poco se ha ido convirtiendo casi en una casa fantasma, no queda ni rastro del antiguo esplendor que según los más viejos del lugar, tuvo la Casa Valdinort.

            - Sí que es cierto, sí que es su legítima dueña –volvió a asegurar el recién llegado, aunque esta vez pareció decirlo más para sí mismo que para los allí presentes.

            - ¿Acaso la conocéis? –inquirió Gereth, al que la curiosidad le hizo vencer el temor que había comenzado a inspirarle su nuevo huésped.

            El silencio se apoderó de la estancia, tan sólo interrumpido por el crepitar de las llamas en la chimenea y el azote de la lluvia contra los cristales, pues la tormenta parecía haber arreciado de nuevo en el exterior. Todos los allí presentes, incluidos el elfo y la ildria, quienes sin duda no tenían ni la más remota idea de toda aquella historia, permanecieron expectantes esperando la contestación del anciano, que se había convertido sin pretenderlo en el centro de atención.

            - La conozco. Podría contaros una larga y antigua historia. Una historia sobre el bien, sobre el mal. Una historia de dragones, de caballeros, de honor, de envidias, de odios y de maquinaciones, una historia sobre la Luz y la Oscuridad. Pero temo aburriros con lo que sin duda tomaríais como las divagaciones de un pobre viejo.

            - ¡Sí por favor, cuéntenos una historia sobre dragones! –chilló el pequeño Topi, que hasta entonces había permanecido ajeno a la conversación de los mayores, pero al que la sola mención de los dragones había bastado para que de repente su interés también recayera sobre el recién llegado.

            La mirada de este se posó sobre el chiquillo, y una dulce sonrisa se dibujó en su semblante.

            - Por favor cuéntenosla –intervino de repente el elfo, para sorpresa de todos- en noches tan desapacibles como esta es complicado conciliar el sueño, y creo que todos estarán tan interesados como yo en escuchar su historia. Disculpad mi falta de cortesía, hablando antes de haberme presentado. Soy Lamthalas Do Varden, hijo de Tamthalas Do varden, y heredero de su noble Casa.

            Las miradas del viejo y el elfo se cruzaron y una nueva sonrisa afloró al rostro del primero. El resto de presentes se limitaron a asentir con sus cabezas, corroborando de esta manera el interés del elfo por escuchar la historia de aquel viajero.

            - Está bien.